lunes, 25 de noviembre de 2019

SEMANA N° INSTITUCIONAL


SEMANA N° 40

1. EXPOSICIÓN 
2. REFUERZOS 
3. REVISIÓN Y SUSTENTACIÓN DE TRABAJOS.  
4. ASISTENCIA A PREMIACIÓN DEL CONCURSO DE MEDELLIN EN CIEN PALABRAS Y ESCUELA VIAJERA

SEMANA N° 39


  • Durante esta semana se aplicaron las evaluaciones del cuarto periodo.

SEMANA N° 38

  • El tema de esta semana será: El boom latinoamericano y el modernismo. Autores representativos. Características del boom latinoamericano.
  • Consultar el teatro sus orígenes y su desarrollo en latinoamérica 


Surge a finales del siglo XIX en un tiempo de industria y de fe ciega capitalista, y cuando España perdía sus últimas pertenencias en América latina aparece el modernismo.

Este movimiento desarrollado en América por el poeta y pensador cubano José Martí cambio le forma poética y la poesía escrita en lengua española. El nacimiento del modernismo surgió consigo en el libro de Rubén Darío llamado “azul” alrededor del año 1888. Seria con este poeta donde el modernismo iniciaría sus primeras ideas más a la poética que a la narrativa. Los modernistas retomaron y llevaron a su culminación un estilo que venía de romanticismo y del simbolismo europeo.

SEMANA N° 37


  • Reseña sobre ganadores del premio Nobel de literatura 2018 - 2019
  • Lectura de fragmentos de algunas obras de escritores latinoamericanos ganadores del premio nobel de literatura en años pasados: Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Pablo Naruda, Mario Vargas Llosa.

1. Gabriel García Márquez
Premio Nobel de Literatura en 1982, García Márquez (1927-2004) es considerado un emblema de literatura latinoamericana y uno de los máximos exponentes del realismo mágico. Entre sus obras más destacadas se encuentran:
2. Pablo Neruda
El escritor chileno Pablo Neruda (1904-1973) fue considerado “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, según Gabriel García Márquez, ganó el Premio Nobel de Literatura en 1971 y fue consagrado con el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford. Algunas de sus obras más importantes son:
3. Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de Literatura, Premio Príncipe de Asturias a las Letras y Premio Nacional de Novela de Perú, el escritor peruano es un ferviente defensor de las ideas liberales y uno de los más importantes novelistas y ensayistas de la actualidad. De su repertorio se destaca especialmente:

miércoles, 16 de octubre de 2019

SEMANA N° 36


  • Esta semana hablaremos sobre la información que hay en el blog y revisaremos la síntesis personal que han hecho de los temas que allí estan consignados.

SEMANA N° 35

  • Los estudiantes deberán traer fotocopiado el cuento "La gallina degollada" y analizarán después de leerlo algunas de las características de este cuento .
  • Repasaremos las clases de cuentos.
  • Tarea: revisar el blog.


SEMANA N° 34

  • Esta semana daremos paso a la vida y obra de Horacio Quiroga. Conoceremos su biografía.
  • Lectura en voz alta del cuento "El almohadón de plumas"
  • Desarrollo de taller de comprensión lectora de manera individual. 
  • Entrega de refuerzos: Priemra parte; estar al día con todos los talleres realizados en clase. Trabajo didáctico con la carpeta; graffiti. En clase se desarrollára la tercera y última parte del refuerzo, que será la parte oral.


Horacio Quiroga
(1879-1937)

LA GALLINA DEGOLLADA
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917)

         Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta. El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
         Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
         El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
         Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
         Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
         Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
         El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
         —A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.
         Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
         —¡Sí...! ¡sí...! —asentía Mazzini—. Pero dígame; ¿Usted cree que es herencia, que...?
         —En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.
         Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
         Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.
         Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
         Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
         Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
         No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
         Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
         —Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos— que podrías tener más limpios a los muchachos.
         Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
         —Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
         Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
         —De nuestros hijos, ¿me parece?
         —Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
         Esta vez Mazzini se expresó claramente:
         —¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
         —¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo...! ¡No faltaba más...! —murmuró.
         —¿Qué, no faltaba más?
         —¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
         Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
         —¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
         —Como quieras; pero si quieres decir...
         —¡Berta!
         —¡Como quieras!
         Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
         Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
         Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.
         No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
         Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.
         De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
         Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
         —¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces...?
         —Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
         Ella se sonrió, desdeñosa:
         —¡No, no te creo tanto!
         —Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti... ¡tisiquilla!
         —¡Qué! ¿Qué dijiste...?
         —¡Nada!
         —Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
         Mazzini se puso pálido.
         —¡Al fin!— murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
         —¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
         Mazzini explotó a su vez.
         —¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
         Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.
         Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
         A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
         El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación... Rojo... rojo...
         —¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
         Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
         —¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
         Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
         Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse en seguida a casa.
         Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
         De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
         Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
         Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
         —¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
         —¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
         —Mamá, ¡ay! Ma...
         No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
         Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
         —Me parece que te llama —le dijo a Berta.
         Prestaron oído inquietos pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
         —¡Bertita!
         Nadie respondió.
         —¡Bertita! —alzó mas la voz ya alterada.
         Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
         —¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
         Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso conteniéndola:
         —¡No entres! ¡No entres!
         Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.

SEMANA N° 33


  • Esta semana será para conocer a Julio Cortázar como narrador de cuentos.
  • Lectura en voz alta algunos cuentos cortos y ellos copiarán "Página asesina"
  • Los estudiantes desarrollarán un taller creativo con el cuento copiado y deberán darle otro final.
  • Socialización grupal.

Julio Cortázar. Biografía

Julio Cortázar
Julio Cortázar. (Bruselas –Bélgica–, 26 de agosto de 1914 - París –Francia–, 12 de febrero de 1984). Escritor, profesor y guionista.
Hijo de padres argentinos. Su padre fue destinado a la Embajada de Argentina en Bélgica. Su familia se refugia en Suiza durante la Primera Guerra Mundial hasta 1918, que regresan a Buenos Aires (Argentina). Obtiene el título de maestro en 1932.
Se identifica con el Surrealismo a través del estudio de autores franceses. Sus obras se reconocen por su alto nivel intelectual y por su forma de tratar los sentimientos y las emociones. Fue un gran seguidor de Jorge Luis Borges.
En 1935 comienza la carrera de Filosofía y Letras, da clases y publica estudios de crítica literaria. De esta época es conocida su colección de sonetos Presencia (1938), que publica bajo el seudónimo de Julio Denis.
En los años cuarenta, por problemas políticos, tiene que abandonar su puesto de profesor en la universidad, y comienza la publicación de artículos y relatos en revistas literarias. Tras conseguir el título de traductor oficial de inglés y francés se traslada a París, donde trabaja como traductor de la UNESCO.
En 1951 comienza su exilio. Dedica su vida a viajar, pero reside principalmente en París. Las traducciones que realiza de Edgar Allan Poe (entre otros) influyen en su obra, como por ejemplo en su colección de relatos Bestiario (1951).
A pesar de haber realizado distintas publicaciones durante todos estos años, no se hace famoso hasta la publicación de Rayuela (1963), su obra maestra que refunda el género.
Cortázar destaca por sus misceláneas o del género “almanaque”, donde mezcla narrativa, crónica, poesía y ensayo, como por ejemplo en La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y 62, modelo para armar (1968).
El viaje que realiza a Cuba en los sesenta, le marca tanto que comienza su andadura política. Apoya a líderes políticos como Fidel Castro, Salvador Allende o Carlos Fonseca Amador. Forma parte del Tribunal Internacional Russell, que estudiaba las violaciones de Derechos Humanos en Hispanoamérica. En su Libro de Manuel (1973), queda reflejado su compromiso político.
En los años siguientes se destacan los poemas Pameos y meopas (1971), los relatos de Octaedro (1974) y Queremos tanto a Glenda (1980) o Un tal Lucas (1979) y Los autonautas de la cosmopista (1983) de su obra miscelánea. Éste último fue escrito en colaboración con su tercera y última esposa, Carol Dunlop. En 1984, recibe el Premio Konex de Honor en Argentina.
Poco antes de fallecer, publica su libro de poemas Salvo el crepúsculo (1984) y los artículos Argentina, años de alambradas culturales (1984).
En 1996, se publica póstumamente su ensayo Imagen de John Keats y en el 2009 aparece Papeles inesperados, una obra miscelánea encontrada por su primera esposa, Aurora Bernárdez.

SEMANA N° 32


  • Esta clase hablaremos de cómo seguir instrucciones.
  • En equipos leeremos algunos textos de Julio Cortázar donde especifica las instrucciones a seguir cuando tomamos un ascensor, subir escaleras, lavarnos los dientes, entre otros.

Para empezar se debe llamar el ascensor, pero no gritando sino pulsando al botón que aparecerá junto a la puerta. Una vez llegue el ascensor, debes esperar a que se abra la puerta o abrirla tú, según el modelo del ascensor. Una vez abierta, debes entrar completamente, sin dejar ningún miembro fuera ya que corres el peligro de perderlo o de que no comience la ascensión. A continuación levanta tu brazo y extiende el dedo hacia el número del piso en el que vives o quieres ir. Si hay alguien dentro debes decir: ‘’Hace buen tiempo, ¿no?’’ , a lo que responderán ‘’Sí, se ha despejado’’. Acto seguido probablemente te preguntarán: ‘’¿A qué piso vas?, y , si no se formula ninguna pregunta más, debes esperar hasta llegar. Una vez que llegues al destino deseado, conviene salir con rapidez evitando que cualquier miembro del cuerpo quede fuera como anteriormente he dio y que se cierren las puertas.

SEMANA N° 31


  • Desarrollaremos un  taller alusivo a la celebración del día del amor y amistad desde la ética de la comunicación (reflexión) 
  • Analizaremos algunas situaciones que vivimos con nuestros amigos en el compatir cotidiano y haremos algunas reflexiones.

  • SEMANA N° 30

    • Esta semana se trabajó con el periódico "El colombiano" donde los estudiantes trabajaron la noticia y conteastaron a preguntas como: ¿Qué, cuándo, cómo, dónde, por qué?
    • Breve explicación de los géneros periodísticos: perfl, informe, reseña, entrevista, noticia, infografía y crónica.
    • Continuación de las evaluaciones del tercer periodo.
    • Observa el siguiente vídeo:

    SEMANA N° 29

    • Esta semana trabajaremos las figuras literarias (metáfora, símil e hipérbole)
    • Realizaremos un taller de snónimas y antónimas, utilizaremos el diccionario para buscar significados de un listado de palabras y luego utilizarlas en la creacón de un texto.
    • Comenzaremos con las evauluciones del tercer periodo.
    • Observa el siguiente vídeo:

    miércoles, 21 de agosto de 2019

    SEMANA Nº 28

    • Las clases de esta semana las empleamos para sensibilizar el trabajo que realiza la Escuelita Viajera desarrollando talleres de cómo crear microrelatos. 
    • Como ejercicio de clase, los estudiantes elaborarán un microrelato de 30 palabras. 
    • Observa los siguientes vídeos:

    SEMANA Nº 27

    • Esta semana la dedicamos a la construcción de textos cortos utilizando preposiciones y conectores, leímos el cuento " La noche Boca arriba"  La lectura se hizo en voz alta y los estudiantes desarrollaron un taller de comprensión lectora.
    • Se hicieron ensayos preparativos para la celebración del Día de la Antioqueñidad.

    Julio Cortázar
    (1914-1984)


    La noche boca arriba
    (Final del juego, 1956)

            A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde, y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él —porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre— montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.
             Dejó pasar los ministerios (el rosa, el blanco) y la serie de comercios con brillantes vitrinas de la calle Central. Ahora entraba en la parte más agradable del trayecto, el verdadero paseo: una calle larga, bordeada de árboles, con poco tráfico y amplias villas que dejaban venir los jardines hasta las aceras, apenas demarcadas por setos bajos. Quizá algo distraído, pero corriendo por la derecha como correspondía, se dejó llevar por la tersura, por la leve crispación de ese día apenas empezado. Tal vez su involuntario relajamiento le impidió prevenir el accidente. Cuando vio que la mujer parada en la esquina se lanzaba a la calzada a pesar de las luces verdes, ya era tarde para las soluciones fáciles. Frenó con el pié y con la mano, desviándose a la izquierda; oyó el grito de la mujer, y junto con el choque perdió la visión. Fue como dormirse de golpe.
             Volvió bruscamente del desmayo. Cuatro o cinco hombres jóvenes lo estaban sacando de debajo de la moto. Sentía gusto a sal y sangre, le dolía una rodilla, y cuando lo alzaron gritó, porque no podía soportar la presión en el brazo derecho. Voces que no parecían pertenecer a las caras suspendidas sobre él, lo alentaban con bromas y seguridades. Su único alivio fue oír la confirmación de que había estado en su derecho al cruzar la esquina. Preguntó por la mujer, tratando de dominar la náusea que le ganaba la garganta. Mientras lo llevaban boca arriba hasta una farmacia próxima, supo que la causante del accidente no tenía más que rasguños en la piernas. «Usté la agarró apenas, pero el golpe le hizo saltar la máquina de costado...» Opiniones, recuerdos, despacio, éntrenlo de espaldas, así va bien, y alguien con guardapolvo dándole de beber un trago que lo alivió en la penumbra de una pequeña farmacia de barrio.
             La ambulancia policial llegó a los cinco minutos, y lo subieron a una camilla blanda donde pudo tenderse a gusto. Con toda lucidez, pero sabiendo que estaba bajo los efectos de un shock terrible, dio sus señas al policía que lo acompañaba. El brazo casi no le dolía; de una cortadura en la ceja goteaba sangre por toda la cara. Una o dos veces se lamió los labios para beberla. Se sentía bien, era un accidente, mala suerte; unas semanas quieto y nada más. El vigilante le dijo que la motocicleta no parecía muy estropeada. «Natural», dijo él. «Como que me la ligué encima...» Los dos rieron, y el vigilante le dio la mano al llegar al hospital y le deseó buena suerte. Ya la náusea volvía poco a poco; mientras lo llevaban en una camilla de ruedas hasta un pabellón del fondo, pasando bajo árboles llenos de pájaros, cerró los ojos y deseó estar dormido o cloroformado. Pero lo tuvieron largo rato en una pieza con olor a hospital, llenando una ficha, quitándole la ropa y vistiéndolo con una camisa grisácea y dura. Le movían cuidadosamente el brazo, sin que le doliera. Las enfermeras bromeaban todo el tiempo, y si no hubiera sido por las contracciones del estómago se habría sentido muy bien, casi contento.
             Lo llevaron a la sala de radio, y veinte minutos después, con la placa todavía húmeda puesta sobre el pecho como una lápida negra, pasó a la sala de operaciones. Alguien de blanco, alto y delgado, se le acercó y se puso a mirar la radiografía. Manos de mujer le acomodaron la cabeza, sintió que lo pasaban de una camilla a otra. El hombre de blanco se le acercó otra vez, sonriendo, con algo que le brillaba en la mano derecha. Le palmeó la mejilla e hizo una seña a alguien parado atrás.
             Como sueño era curioso porque estaba lleno de olores y él nunca soñaba olores. Primero un olor a pantano, ya que a la izquierda de la calzada empezaban las marismas, los tembladerales de donde no volvía nadie. Pero el olor cesó, y en cambio vino una fragancia compuesta y oscura como la noche en que se movía huyendo de los aztecas. Y todo era tan natural, tenía que huir de los aztecas que andaban a caza de hombre, y su única probabilidad era la de esconderse en lo más denso de la selva, cuidando de no apartarse de la estrecha calzada que sólo ellos, los motecas, conocían.
             Lo que más lo torturaba era el olor, como si aun en la absoluta aceptación del sueño algo se revelara contra eso que no era habitual, que hasta entonces no había participado del juego. «Huele a guerra», pensó, tocando instintivamente el puñal de piedra atravesado en su ceñidor de lana tejida. Un sonido inesperado lo hizo agacharse y quedar inmóvil, temblando. Tener miedo no era extraño, en sus sueños abundaba el miedo. Esperó, tapado por las ramas de un arbusto y la noche sin estrellas. Muy lejos, probablemente del otro lado del gran lago, debían estar ardiendo fuegos de vivac; un resplandor rojizo teñía esa parte del cielo. El sonido no se repitió. Había sido como una rama quebrada. Tal vez un animal que escapaba como él del olor de la guerra. Se enderezó despacio, venteando. No se oía nada, pero el miedo seguía allí como el olor, ese incienso dulzón de la guerra florida. Había que seguir, llegar al corazón de la selva evitando las ciénagas. A tientas, agachándose a cada instante para tocar el suelo más duro de la calzada, dio algunos pasos. Hubiera querido echar a correr, pero los tembladerales palpitaban a su lado. En el sendero en tinieblas, buscó el rumbo. Entonces sintió una bocanada horrible del olor que más temía, y saltó desesperado hacia adelante.
             —Se va a caer de la cama —dijo el enfermo de al lado—. No brinque tanto, amigazo.
             Abrió los ojos y era de tarde, con el sol ya bajo en los ventanales de la larga sala. Mientras trataba de sonreír a su vecino, se despegó casi físicamente de la última visión de la pesadilla. El brazo, enyesado, colgaba de un aparato con pesas y poleas. Sintió sed, como si hubiera estado corriendo kilómetros, pero no querían darle mucha agua, apenas para mojarse los labios y hacer un buche. La fiebre lo iba ganando despacio y hubiera podido dormirse otra vez, pero saboreaba el placer de quedarse despierto, entornados los ojos, escuchando el diálogo de los otros enfermos, respondiendo de cuando en cuando a alguna pregunta. Vio llegar un carrito blanco que pusieron al lado de su cama, una enfermera rubia le frotó con alcohol la cara anterior del muslo y le clavó una gruesa aguja conectada con un tubo que subía hasta un frasco lleno de líquido opalino. Un médico joven vino con un aparato de metal y cuero que le ajustó al brazo sano para verificar alguna cosa. Caía la noche, y la fiebre lo iba arrastrando blandamente a un estado donde las cosas tenían un relieve como de gemelos de teatro, eran reales y dulces y a la vez ligeramente repugnantes; como estar viendo una película aburrida y pensar que sin embargo en la calle es peor; y quedarse.
             Vino una taza de maravilloso caldo de oro oliendo a puerro, a apio, a perejil. Un trocito de pan, más precioso que todo un banquete, se fue desmigajando poco a poco. El brazo no le dolía nada y solamente en la ceja, donde lo habían suturado, chirriaba a veces una punzada caliente y rápida. Cuando los ventanales de enfrente viraron a manchas de un azul oscuro, pensó que no le iba a ser difícil dormirse. Un poco incómodo, de espaldas, pero al pasarse la lengua por los labios resecos y calientes sintió el sabor del caldo, y suspiró de felicidad, abandonándose.
             Primero fue una confusión, un atraer hacia sí todas las sensaciones por un instante embotadas o confundidas. Comprendía que estaba corriendo en plena oscuridad, aunque arriba el cielo cruzado de copas de árboles era menos negro que el resto. «La calzada», pensó. «Me salí de la calzada.» Sus pies se hundían en un colchón de hojas y barro, y ya no podía dar un paso sin que las ramas de los arbustos le azotaran el torso y las piernas. Jadeante, sabiéndose acorralado a pesar de la oscuridad y el silencio, se agachó para escuchar. Tal vez la calzada estaba cerca, con la primera luz del día iba a verla otra vez. Nada podía ayudarlo ahora a encontrarla. La mano que sin saberlo él aferraba el mango del puñal, subió como el escorpión de los pantanos hasta su cuello, donde colgaba el amuleto protector. Moviendo apenas los labios musitó la plegaria del maíz que trae las lunas felices, y la súplica a la Muy Alta, a la dispensadora de los bienes motecas. Pero sentía al mismo tiempo que los tobillos se le estaban hundiendo despacio en el barro, y al la espera en la oscuridad del chaparral desconocido se le hacía insoportable. La guerra florida había empezado con la luna y llevaba ya tres días y tres noches. Si conseguía refugiarse en lo profundo de la selva, abandonando la calzada mas allá de la región de las ciénagas, quizá los guerreros no le siguieran el rastro. Pensó en los muchos prisioneros que ya habrían hecho. Pero la cantidad no contaba, sino el tiempo sagrado. La caza continuaría hasta que los sacerdotes dieran la señal del regreso. Todo tenía su número y su fin, y él estaba dentro del tiempo sagrado, del otro lado de los cazadores.
             Oyó los gritos y se enderezó de un salto, puñal en mano. Como si el cielo se incendiara en el horizonte, vio antorchas moviéndose entre las ramas, muy cerca. El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos alegres. Alcanzó a cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde atrás.
             —Es la fiebre —dijo el de la cama de al lado—. A mí me pasaba igual cuando me operé del duodeno. Tome agua y va a ver que duerme bien.
             Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa. Una lámpara violeta velaba en lo alto de la pared del fondo como un ojo protector. Se oía toser, respirar fuerte, a veces un diálogo en voz baja. Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla. Había tantas cosas en qué entretenerse. Se puso a mirar el yeso del brazo, las poleas que tan cómodamente se lo sostenían en el aire. Le habían puesto una botella de agua mineral en la mesa de noche. Bebió del gollete, golosamente. Distinguía ahora las formas de la sala, las treinta camas, los armarios con vitrinas. Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. La ceja le dolía apenas, como un recuerdo. Se vio otra vez saliendo del hotel, sacando la moto. ¿Quién hubiera pensado que la cosa iba a acabar así? Trataba de fijar el momento del accidente, y le dio rabia advertir que había ahí como un hueco, un vacío que no alcanzaba a rellenar. Entre el choque y el momento en que lo habían levantado del suelo, un desmayo o lo que fuera no le dejaba ver nada. Y al mismo tiempo tenía la sensación de que ese hueco, esa nada, había durado una eternidad. No, ni siquiera tiempo, más bien como si en ese hueco él hubiera pasado a través de algo o recorrido distancias inmensas. El choque, el golpe brutal contra el pavimento. De todas maneras al salir del pozo negro había sentido casi un alivio mientras los hombres lo alzaban del suelo. Con el dolor del brazo roto, la sangre de la ceja partida, la contusión en la rodilla; con todo eso, un alivio al volver al día y sentirse sostenido y auxiliado. Y era raro. Le preguntaría alguna vez al médico de la oficina. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
             Como dormía de espaldas, no lo sorprendió la posición en que volvía a reconocerse, pero en cambio el olor a humedad, a piedra rezumante de filtraciones, le cerró la garganta y lo obligó a comprender. Inútil abrir los ojos y mirar en todas direcciones; lo envolvía una oscuridad absoluta. Quiso enderezarse y sintió las sogas en las muñecas y los tobillos. Estaba estaqueado en el suelo, en un piso de lajas helado y húmedo. El frío le ganaba la espalda desnuda, las piernas. Con el mentón buscó torpemente el contacto con su amuleto, y supo que se lo habían arrancado. Ahora estaba perdido, ninguna plegaria podía salvarlo del final. Lejanamente, como filtrándose entre las piedras del calabozo, oyó los atabales de la fiesta. Lo habían traído al teocalli, estaba en las mazmorras del templo a la espera de su turno.
             Oyó gritar, un grito ronco que rebotaba en las paredes. Otro grito, acabando en un quejido. Era él que gritaba en las tinieblas, gritaba porque estaba vivo, todo su cuerpo se defendía con el grito de lo que iba a venir, del final inevitable. Pensó en sus compañeros que llenarían otras mazmorras, y en los que ascendían ya los peldaños del sacrificio. Gritó de nuevo sofocadamente, casi no podía abrir la boca, tenía las mandíbulas agarrotadas y a la vez como si fueran de goma y se abrieran lentamente, con un esfuerzo interminable. El chirriar de los cerrojos lo sacudió como un látigo. Convulso, retorciéndose, luchó por zafarse de las cuerdas que se le hundían en la carne. Su brazo derecho, el más fuerte, tiraba hasta que el dolor se hizo intolerable y tuvo que ceder. Vio abrirse la doble puerta, y el olor de las antorchas le llegó antes que la luz. Apenas ceñidos con el taparrabos de la ceremonia, los acólitos de los sacerdotes se le acercaron mirándolo con desprecio. Las luces se reflejaban en los torsos sudados, en el pelo negro lleno de plumas. Cedieron las sogas, y en su lugar lo aferraron manos calientes, duras como bronce; se sintió alzado, siempre boca arriba tironeado por los cuatro acólitos que lo llevaban por el pasadizo. Los portadores de antorchas iban adelante, alumbrando vagamente el corredor de paredes mojadas y techo tan bajo que los acólitos debían agachar la cabeza. Ahora lo llevaban, lo llevaban, era el final. Boca arriba, a un metro del techo de roca viva que por momentos se iluminaba con un reflejo de antorcha. Cuando en vez del techo nacieran las estrellas y se alzara frente él la escalinata incendiada de gritos y danzas, sería el fin. El pasadizo no acababa nunca, pero ya iba a acabar, de repente olería el aire libre lleno de estrellas, pero todavía no, andaban llevándolo sin fin en la penumbra roja, tironeándolo brutalmente, y él no quería, pero cómo impedirlo si le habían arrancado el amuleto que era su verdadero corazón, el centro de la vida.
             Salió de un brinco a la noche del hospital, al alto cielo raso dulce, a la sombra blanda que lo rodeaba. Pensó que debía haber gritado, pero sus vecinos dormían callados. En la mesa de noche, la botella de agua tenía algo de burbuja, de imagen traslúcida contra la sombra azulada de los ventanales. Jadeó buscando el alivio de los pulmones, el olvido de esas imágenes que seguían pegadas a sus párpados. Cada vez que cerraba los ojos las veía formarse instantáneamente, y se enderezaba aterrado pero gozando a la vez del saber que ahora estaba despierto, que la vigilia lo protegía, que pronto iba a amanecer, con el buen sueño profundo que se tiene a esa hora, sin imágenes, sin nada... Le costaba mantener los ojos abiertos, la modorra era más fuerte que él. Hizo un último esfuerzo, con la mano sana esbozó un gesto hacia la botella de agua; no llegó a tomarla, sus dedos se cerraron en un vacío otra vez negro, y el pasadizo seguía interminable, roca tras roca, con súbitas fulguraciones rojizas, y él boca arriba gimió apagadamente porque el techo iba a acabarse, subía, abriéndose como una boca de sombra, y los acólitos se enderezaban y de la altura una luna menguante le cayó en la cara donde los ojos no querían verla, desesperadamente se cerraban y abrían buscando pasar al otro lado, descubrir de nuevo el cielo raso protector de la sala. Y cada vez que se abrían era la noche y la luna mientras lo subían por la escalinata, ahora con la cabeza colgando hacia abajo, y en lo alto estaban las hogueras, las rojas columnas de humo perfumado, y de golpe vio la piedra roja, brillante de sangre que chorreaba, y el vaivén de los pies del sacrificado que arrastraban para tirarlo rodando por las escalinatas del norte. Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría, porque otra vez estaba inmóvil en al cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía la muerte, y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas. En la mentira infinita de ese sueño también lo habían alzado del suelo, también alguien se le había acercado con un cuchillo en la mano, a él tendido boca arriba, a él boca arriba con los ojos cerrados entre las hogueras.

    SEMANA Nº 26

    • Durante esta semana hablamos sobre el género del terror y el suspenso en las películas, por este motivo elegimos una película de Neflix llamada "No respires" 
    • Los estudiantes deberán anotar características importantes de este género y además, argumentar por qué es el preferido de muchos jóvenes. 
    • Esta semana ensayaremos para la actividad de inglés (Cosdplay). Actividad del área de Humanidades.

    jueves, 1 de agosto de 2019

    SEMANA Nº 25

    • Esta semana empezaremos la clase con la siguiente pregunta: ¿Por qué es importante saber seguir instrucciones? 
    • Los estudiantes en equipos de tres, seguirán un instructivo para descubrir a través del sentido del gusto cuál es la fruta que más disfrutan y qué tanto saben de ella  (beneficios, sabor, color, textura). A partir de esta experiencia elaborarán de forma creativa una receta con las frutas escogidas siguiendo paso a paso su preparación, algunas de las recetas se podrán compartir con los demás compañeros. 
    • Lectura oral de los cuentos que participarán en el concurso Medellín en 100 palabras liderado por Comfama. 

    Instrucciones para subir una escalera 

    Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables.
    Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón.
    Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
    Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente.
    Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón.
    Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
    Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera.
    Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

    SEMANA Nº 24

    • Continuaremos con el taller de competencia literaria sobre los Sueños donde los estudiantes potenciaran los recuerdos que han tenido como medio de recreación literaria. "Los sueños y los ensueños". Cómo escribir sueños y ensueños. Cada a estudiante redactará una historia fantástica empleando las estrategias vistas.
    Patrick Suskind - Patrick Süskind
    (1949/03/26 - Unknown)
    Patrick Suskind - Patrick Süskind
    Patrick Suskind - Patrick Süskind Escritor alemán
    Obras: El contrabajo, El perfume, La paloma, La historia del señor Sommer
    Género: Realismo mágico
    Premios: Toucan Prize (1978)
    Padres: Wilhelm Emanuel Süskind y Annemarie Süskind
    Nació el 26 de marzo de 1949 en Ambach (Starnberger See) cerca de Munich en Alemania.

    Hijo de Annemarie Süskind, entrenadora deportiva, y del escritor y periodista Wilhelm Emanuel Süskind, que trabajó para el diario Süddeutsche Zeitung y fue famoso por ser el coautor de la conocida Aus dem Wörterbuch des Unmenschen (Del Diccionario de un Inhumanos), una colección crítica de ensayos sobre el lenguaje de la época nazi. Su hermano mayor Martin E. Süskind es también periodista.

    Asistió a la escuela en Holzhausen, un pequeño pueblo de Baviera. Después de su Abitur y su Zivildienst, estudió Historia Medieval y Moderna en la Universidad de Munich y en Aix-en-Provence de 1968 a 1974, aunque nunca se graduó.


    Con el apoyo financiero de sus padres, se trasladó a París donde escribió relatos guiones que no fueron llevados al cine. Desde entonces se dedicó exclusivamente a la literatura.

    Su primera obra de éxito fue una composición teatral titulada Der Kontrabass (El contrabajo, 1984), una de las obras más representadas en Alemania.

    El éxito internacional le llegó en el campo de la prosa con la novela Das Parfum (El perfume, 1985), traducida a más de veinte idiomas y una auténtica novedad en el ámbito de las letras alemanas de esos años.

    La historia no se desarrolla en el presente, sino que se retrotrae a varios siglos atrás, a la vez que el escenario se traslada de Alemania a Francia. La trama gira, igual que en el resto de sus obras, en torno al aislamiento del individuo en la sociedad, pues Grenouille, el protagonista, es marginado por esta porque no puede olerle, y él, por el contrario, se venga de esta situación y consigue un poder superior sobre los hombres haciendo perfumes.

    miércoles, 17 de julio de 2019

    SEMANA N° 23

    • Continuaremos el trabajo de redacción del cuento "Medellín en 100 palabras" liderado por Comfama, quien vaya terminando lo irá socializando para realizar las respectivas correcciones.
    • Competencia literaria; Los estudiantes leerán un fragmento del cuento "La noche boca arriba" de Julio Cortázar y un fragmento de "El perfume" de Patrick Suskind y en forma individual desarrollar unas preguntas de competencia interpretativa y propositiva como estrategias de producción textual. 
    • Observa el siguiente video: 

    lunes, 8 de julio de 2019

    SEMANA Nª 22

    • Esta semana trabajaremos con el diccionario general, haremos una consulta repaso del origen del diccionario y sus creadores.
    • Los estudiantes en parejas harén el ejercicio de leer el diccionario abriéndolo en páginas distintas para escoger el vocablo menos conocidos y luego socializar el significado de las palabras nuevas según las haya comprendido. 
    • Motivación e Invitación al concurso "Medellín en 100 palabras-" liderado por Comfama. 
    MEDELLÍN EN 100 PALABRAS 
    Es un concurso literario que invita a crear cuentos de un máximo de 100 palabras, cuya temática esté relacionada con la vida en Medellín y el Valle de Aburrá Un jurado especializado elige un premio al talento infantil (hasta 13 años), un premio al talento juvenil (entre 14 y 17 años) y otro al talento adulto (mayores de 18 años). Todos estos relatos son difundidos masivamente a través de distintos espacios y soportes. 
    El concurso busca promover la creación literaria de personas comunes y corrientes y difundir masivamente los cuentos mejor logrados. 

    Bases de participación: 
    1. Podrán participar todas las personas con domicilio estable en Medellín y en el Valle de Aburrá. 
    2. La temática de los relatos debe estar relacionada con la vida en Medellín o en algún municipio del Valle de Aburrá. 
    3. Los relatos deben ser estrictamente inéditos y no superar las 100 palabras, sin contar el título. 
    4. Cada participante puede presentar al concurso un máximo de tres relatos, los cuales se deben enviar ingresando al sitio www.medellinen100palabras.com y siguiendo las instrucciones que ahí se especifican. Sin embargo, cada participante podrá ser ganador de un solo premio y en una sola categoría. 
    5. La recepción de los textos se abrirá el martes 14 de mayo de 2019 y cerrará el domingo 11 de agosto de 2019 a las 23:59 horas. 
    6. El jurado estará integrado por los escritores Carolina Sanín, Elkin Restrepo y Gilmer Mesa, quienes contarán con la colaboración de un comité de preselección coordinado por los organizadores. 7. El jurado seleccionará un ganador, un segundo y tercer puesto por categoría: infantil (menores de 13 años), juvenil (14 a 17 años) y adultos (18 en adelante). A su vez, los 100 mejores relatos serán publicados en un libro de distribución gratuita. Este libro será parte de la colección de Palabras Rodantes, un programa de fomento de lectura que se realiza bajo la alianza de Comfama y el Metro de Medellín. Estos cuentos seleccionados serán ilustrados y divulgados en espacios públicos, como el Tren de la Cultura. 
     8. Los relatos ganadores de las categorías juvenil y adulto recibirán 8 millones de pesos, el segundo puesto de estas categorías recibirá 2 millones de pesos y los que ocupen el tercer lugar 1 millón de pesos cada uno. En tanto, el primer lugar de la categoría infantil obtendrá una biblioteca (libros y estantes) equivalente a 4 millones de pesos, el segundo puesto, una de 2 millones de pesos y el tercero, de 1 millón. Consultas a www.medellinen100palabras.com 
    9. Podrán participar los empleados del Metro de Medellín y de Comfama que no hagan parte del comité organizador del Concurso ni de los niveles directivos de ambas entidades. 
    10. No podrán participar los ganadores del año inmediatamente anterior a la presente convocatoria. 11. Todas las situaciones que no sean consideradas en la presente convocatoria serán resueltas por el Jurado. El fallo del jurado es inapelable. 
    13. La participación en el premio implica la aceptación, sin reserva alguna de las condiciones de la presente convocatoria. El incumplimiento de alguna de ellas podría llevar a la descalificación de la obra. 
    Notas adicionales: 
    1. Los relatos deben ser originales (de autoría propia) e inéditos (no haber sido publicado antes en ningún formato). En caso de no cumplir estas condiciones, el concursante será descalificado. 
    2. En ninguna de las etapas del proceso, el jurado oficial o el jurado de preselección tiene contacto con los datos personales de los concursantes. Para la preselección efectuada a través de internet, se cuenta con un software que sólo les permite acceder a los cuentos y su respectivo código numérico. En la preselección de los cuentos enviados en formato papel, los datos del concursante permanecen en un sobre cerrado, que sólo es abierto por los organizadores al conocerse los finalistas.

    miércoles, 3 de julio de 2019

    SEMANA Nª 21

    • Repaso del tema "El cuento hispanoamericano" del siglo XIX retomando los escritores como Juan Rulfo, Augusto Monterroso y de esta manera incluir nuevos escritores de cuentos que tratan una temática sociopolítica como Esteban Echavarría, Ricardo Palma, entre otros. 
    • Esta semana trabajaremos con el diccionario general y el de sinónimos y antónimos. 
    • Observa el siguiente vídeo sobre la biografía de Juan Rulfo. 

    SEMANA Nª 20


    • Narrativa Latinoamericana. Augusto Monterroso.
    • Lectura de Microcuentos. Después de leer varios cuentos de este autor, los estudiantes en equipos desarrollaron un taller creativo de narrativa. 

    AUGUSTO MONTERROSO
     
    BIOGRAFÍA
    Augusto Monterroso nació el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras, era hijo de la hondureña Amelia Bonilla y el guatemalteco Vicente Monterroso. En su casa reinaba un ambiente bohemio. La familia regentaba una imprenta que editaba el periódico Sucesos. A los once años abandonó la escuela y se volvió autodidacta.
    En 1936 la familia se trasladó a Guatemala, donde pasó su infancia y juventud. Fundó en 1940 la Asociación de artistas y escritores jóvenes de Guatemala. Publicó sus primeros cuentos en la revista Acento y en el periódico El Imparcial, mientras trabaja clandestinamente contra la dictadura de Jorge Ubico. Firmó el Memorial de los 311, en el que se pedía la renuncia de Ubico y, tras la caída del dictador, creó con otros escritores el diario El Espectador. Finalmente fue detenido por orden del general Federico Ponce Valdés y tuvo que exiliarse  a México. Poco después triunfó en Guatemala el gobierno revolucionario de Jacobo Arbenz y Monterroso fue nombrado para un cargo menor en la embajada de Guatemala en México. Su destino quedó ya ligado a México, donde permanecería el resto de su vida, desde 1945 hasta 1952 en la Universidad Nacional Autónoma de México.
    En 1952 publicó en México «El concierto» y «El eclipse», dos cuentos breves.
    Al año siguiente se casó con la mexicana Dolores Yáñez, con quien tuvo una hija: Marcela.Se trasladaron a Bolivia al ser nombrado cónsul de Guatemala en La Paz.
    Cuando Jacobo Arbenz fue derrocado en Guatemala, en 1954, renunció a su cargo de cónsul de Guatemala en La Paz y se trasladó a Santiago de Chile. En el país andino trabó amistad con Pablo Neruda, a quien visitó en Isla Negra y con quien colaboró en la Gaceta de Chile.
    En 1956 regresó definitivamente a la Ciudad de México y desde entonces trabajó en diferentes cargos relacionados con el mundo académico y editorial: profesor del curso «Cervantes y el Quijote» en la UNAM; investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, codirector y posteriormente director de la colección «Nuestros clásicos», jefe de redacción de la Revista de la Universidad de México y becario de El Colegio de México para estudios de Filología. Trabajó también como corrector de pruebas en la prestigiosa editorial mexicana Fondo de Cultura Económica y como redactor en la Revista de la Universidad de México.
    En 1959 publicó Obras completas (y otros cuentos), su primer libro, que incluye el cuento más breve de la literatura hispanoamericana, El dinosaurio.
    Fue invitado por Fidel Castro y Ernesto Che Guevara a la ceremonia de iniciación de la campaña de alfabetización en La Habana. Desde esa fecha viajó en numerosas ocasiones a Cuba, bien como miembro jurado del Premio Casa de las Américas, bien como invitado a conferencias y congresos de intelectuales.
    En 1962 se casó con Milagros Esguerra, colombiana y madre de su segunda hija, María, que nació en 1966.
    Viajó a Europa (París, Londres, Barcelona, Madrid, y diversas capitales de los entonces todavía países comunistas, los del Este de Europa), en 1967, y en  1970 impartió el Taller de Cuento de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, así como el Taller de Narrativa del Instituto Nacional de Bellas Artes, allí conoció a Bárbara Jacobs, que participaba en esos talleres y que se convertiría en su esposa. Los dos compartían idéntica pasión por la lectura, los viajes literarios y la vida sosegada,  y juntos llevaron a cabo la recopilación y posterior publicación de Antología del cuento triste (1992).
    Le fue otorgado en 1975 el Premio Xavier Villaurrutia, uno de los más prestigiosos de México, y viajó a Varsovia, ciudad en la que coincidió con Juan Rulfo y Julio Cortázar.
    En 1978 publicó su única novela Lo demás es silencio.
    En 1993 regresó a Guatemala al ser nombrado miembro de la Academia Guatemalteca de la lengua.
    En México recibió el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe. Murió en Ciudad de México el 8 de febrero de 2003.
    Monterroso es considerado como uno de los maestros del microrrelato.Su relato Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí, ha sido considerada como el relato más breve de la literatura.


    BIBLIOGRAFÍA
    Obras completas (y otros cuentos) (1959)
    La oveja negra y demás fábulas (1969)
    Movimiento perpetuo (1972)
    Lo demás es silencio (1978)
    Viaje al centro de la fábula (1981)
    La palabra mágica (1983)
    La letra e: fragmentos de un diario (1987)
    Los buscadores de oro (1993)
    La vaca (1998)
    Pájaros de Hispanoamérica (2002)
    Literatura y vida (2004)


    PREMIOS
    Premio nacional de cuento Saker Ti, Guatemala (1952)
    Premio Villaurrutia (1975)
    Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (1996)
    Premio Nacional Miguel Ángel Asturias, Guatemala (1997)
    Premio Felipe Herrera Lane a la Integración Cultural y el Desarrollo de América Latina y el Caribe, en Santiago de Chile (1999)
    Príncipe de Asturias de las Letras (2000)